Las iniciales iluminadas proceden de las letras capitales o capitulares que aparecen al comienzo de un capitulo o de un párrafo y que tiene un tamaño mayor que las del resto del texto. En latín, initialis significa «permanecer al principio». A menudo, para destacarse, las letras capitales ocupan varios renglones de alto, y en ocasiones en los manuscritos más antiguos aparecen muy ornamentadas.
En los manuscritos ilustrados, pueden existir letras capitales con imágenes en su interior, conocidas entonces como «capitales historiadas». Este tipo fue una invención del arte insular de las islas británicas en el siglo VIII.
Las capitales historiadas que contienen, por lo general, espirales en forma de plantas, con pequeñas figuras de animales u hombres que no representan una escena específica, son conocidas como «capitales habitadas». Según los motivos decorativos, también puede hablarse de «capitales figurativas» o en otros casos, simplemente, de «capitales ornamentadas».
La decoración de las letras capitales en el estilo insular, especialmente en las grandes, fue generalmente abstracta, geométrica o zoomórfica. Las capitales historiadas fueron una invención insular, pero no fueron tenidas en cuenta hasta el desarrollo del arte otoniano, del arte anglosajón y del estilo románico en particular. Después de este período, en el arte gótico, grandes pinturas de escenas tendían a ir en espacios rectangulares enmarcados, y la letra capital, aunque seguía siendo a menudo historiada, tendía a ser nuevamente más pequeña.
Los antiguos manuscritos romanos están escritos con letras capitales romanas (Capitalis Quadrata y Capitalis Elegans) y rusticas (Capitalis Rustica), que con el paso del tiempo se transformaron en letras mas redondeadas conocidas como unciales. Estos manuscritos no dejaban espacio entre las palabras y el tamaño de las letras era uniforme, lo que los hacían difíciles de leer. Como ayuda a la lectura la letra inicial de cada párrafo se escribía en el margen con el mismo tamaño que el texto, pero cuando el escriba encontraba más espacio disponible, esta letra inicial iba siendo cada vez más grande y diferente a las que constituían el texto, de este modo fue como nacieron las letras capitulares.
Durante toda la Edad Media, la utilización de letras capitulares ricamente adornadas fue una constante. Se utilizaban no solo ornamentalmente, sino con la intención de destacar el principio de los párrafos, sobre todo para las obras de ritos litúrgicos que eran leídas por los monjes en lugares de poca luz, y que permitían con mayor facilidad encontrar un fragmento determinado del texto.
Los historiadores de arte clasifican los manuscritos iluminados por el periodo de su realización y tipo histórico, incluyendo Antigüedad tardía, Insular, manuscritos carolingios, manuscritos otonianos, manuscritos románicos, manuscritos góticos, y manuscritos renacentistas. En el primer milenio, los libros iluminados eran en general evangélicos. El románico vio la creación de muchos grandes Biblias. Muchos salterios también estaban muy iluminados. Por último, el Libro de Horas, con mucha frecuencia era el libro devocional de un laico rico, y estaba a menudo ricamente iluminado en la época gótica. Otros libros, tanto litúrgicos como de otro tipo, continuaron siendo iluminados en todas las épocas. El mundo bizantino también produjo manuscritos en su propio estilo, versiones que se extendieron a otras zonas cristianas ortodoxas y orientales.
La iluminación es un proceso complejo y con frecuencia costoso. Se suele reservar para libros especiales.
A continuación les extracto una entrada (Iluminación de manuscritos), de Isabel Velázquez, en Tu web de Arte que describe magníficamente el tema. ENLACE
“En los escritorios monásticos medievales y, posteriormente, en los talleres profesionales laicos que surgieron a finales del siglo XII con el nacimiento de las universidades, la actividad de los iluminadores o miniaturistas se asemejaba más a un laboratorio de alquimia que a un taller de pintura. Estos artistas construían sus propios instrumentos para diseñar, escribir, dibujar, pintar, enlucir, etc., y preparaban los colores, extrayéndolos de sustancias vegetales o minerales que trituraban, lavaban y diluían. También fabricaban las colas que usaban para mezclar con esos colores y, así, reblandecerlos o fijarlos, y los barnices para dar brillo. Además, laminaban el oro o la plata y los bruñían. En otras palabras, realizaban cualquier operación que permitiera acometer la tarea de la iluminación.
Los utensilios e instrumentos utilizados eran variados: plumas, generalmente de oca, para escribir o dibujar contornos, aunque también se usaban de gallina o paloma, según el tamaño; pinceles para miniar, que se hacían de pelos de cola de marta cebelina o de ardilla; lápices de plomo para hacer el dibujo, que consistían en una varilla de madera con un extremo metálico (aleación de dos partes de plomo y una de estaño). Para borrar se usaba miga de pan, aunque también podía rasparse el error con ciertas cuchillas especiales que tenían diversos usos, como cortar los panes de oro y plata, los folios de los pergaminos, sacar punta a los lápices, etc. Poseían tinteros con tinta roja y negra ya preparada. Además, se usaban la escuadra, reglas o el compás, así como filtros para aclarar líquidos y morteros de mármol calcáreo o serpentino para triturar colores o hacer mezclas. Contaban también con objetos de diverso tipo para guardar los productos elaborados (jarras, frascos, etc.), bruñidores para el oro y la plata, y un sinfín de adminículos útiles para todas las tareas necesarias que había que llevar a cabo.
Los iluminadores o miniaturistas preparaban el pergamino sobre el que iban a trabajar. Después de alisar y tratar oportunamente la piel, se procedía a emplear las técnicas precisas para poder ilustrarlo. Para suprimir la untuosidad que aún tenía, alisarla aún más y conseguir una buena fijación de los colores, se cubría con una capa de polvo blanco de arcilla o de plomo mezclada con una cola, goma arábiga o cola de pescado, o bien de clara de huevo con bilis de buey; también se podía frotar con un algodón empapado en una solución a base de miel y cola, muy ligera. En ocasiones, especialmente durante la Alta Edad Media, se recurría a teñir los pergaminos con púrpura (sustancia incolora obtenida de algunos moluscos gasterópodos, que se oxida al contacto con el aire y daba una amplia gama de tonos, desde el rojo vivo al violáceo, dependiendo de los animales), con la que se conseguían superficies elegantes en códices especialmente lujosos, conocidos como codices purpurei, sobre los que se escribía con oro y plata. Sobre estas superficies se trazaban los dibujos, bosquejos de las figuras, contornos, límites de zonas de luz y sombra, etc. A continuación, se fijaban los dibujos con un pincel mojado en acuarelas diluidas con goma arábiga, clara de huevo o hiel de buey. También podía darse una película de oro de base, lijada y bruñida. Después se aplicaban los colores.
Una vez realizadas las ilustraciones, se aplicaba una solución de agua con clara de huevo o miel, a modo de barniz, para fijarlas definitivamente. Las miniaturas eran pinturas al agua, por lo que los colores se debían mezclar con otras sustancias, también de origen mineral o vegetal. Las más frecuentes eran la clara de huevo, la goma arábiga, a veces mezclada con miel, o la cola de pescado. Para la conservación de estas sustancias se añadía rejalgar (bisulfuro de arsénico), alcanfor, jugo de ajo, clavos de clavel o vinagre. Además, se utilizaban sustancias como la bilis de buey para dar mayor vivacidad a los colores, la orina en la elaboración de colores vegetales, el alumbre de roca y el de azúcar para barnices coloreados a partir de extractos también vegetales, la hez del vino y lejías.
La fabricación de los colores era de una gran importancia y se preparaba con esmero ya que, en buena parte, la calidad de la iluminación dependía de los colores utilizados. Se utilizaban sustancias de origen tanto mineral como orgánico, y con ellas se hacían mezclas y obtenían los colores, a veces por síntesis y reacciones químicas. Entre los diversos colores utilizados, el más apreciado era el denominado azul ultramar (llamado así porque llegaba a Venecia por vía marítima procedente de las minas de Badaskhan en Afganistán); éste se obtenía de moler el lapislázuli (piedra semipreciosa) y ya se empleaba en las antiguas culturas mesopotámicas y en Egipto. Inicialmente se trituraba y se lavaba el polvo resultante pero, hacia el siglo XII, comenzó a mezclarse con ceras, resinas o aceites que, tratados con agua o lejías de ceniza, hacían que las manchas e impurezas se quedaran en ellas, mientras que el color se iba depositando en el fondo. Otros azules eran el llamado azul de Prusia, también conocido como citramarino, que se obtenía de la azurita; el índigo, de origen vegetal, etc. Entre la gama de los rojos, además del minio, cinabrio y púrpura ya citados, uno de los más apreciados en la iluminación fue el brasil (obrasilium), color extraído de madera de plantas leguminosas orientales, muy soluble en agua. Con él se preparaban tintes para fibras y lacas rojas para miniar. De origen también orgánico era el carmín, colorante obtenido de las larvas de un insecto de la familia de las cochinillas, ya conocido en la civilización mesopotámica (de su nombre en latín, vermiculus, deriva el adjetivo bermellón del castellano). La sinopia era una tierra de tonalidad ocre, procedente de Sinope, que se aplicaba como fondo para el oro o para conseguir otras tonalidades añadidas a diferentes ingredientes.
La gama de colores en los primeros códices y hasta la época carolingia era escasa; sin embargo, a partir de ese momento se diversificó notablemente. Se conservan algunas indicaciones sobre los colores y tonalidades que deben tener las figuras y los colores que se han de emplear para pintar la piel, los ojos, las mejillas, la boca, el cabello, etc., gracias a algún tratado medieval como el titulado Diversarum artium schedula de Theophilus de un monje alemán del siglo XI. A partir de esta época, la libertad de realización se intensificó: se aplicaron diferentes elementos para embellecer, y los colores y barnices, diversamente diluidos, ampliaron tanto su número como sus tonos, con lo que se consiguió una elaboración cada vez más compleja y perfeccionada. En los primeros siglos, la iluminación de manuscritos dependía, en muchas ocasiones, de las técnicas propias de cada escritorio monástico y variaba de unas zonas a otras, al igual que ocurría con otras técnicas, hasta el punto de que debido a ellos puede conocerse la procedencia de algunos códices. Sin embargo, la libertad del iluminador era escasa a la hora de combinar colores y de realizar modelos distintos de miniaturas. Ya el citado tratado de Theophilus permite una mayor iniciativa al artista en el uso de colores claros y la combinación de éstos sobre los del fondo. A partir del siglo XIII hay un progresivo abandono de las normas y cánones tradicionales, y una mayor diversificación en el uso de pinturas, mezclas o barnices, como puede verse en la citada obra De arte illuminandi o en el Libro dell’Arte de Cenino Cenini, también del siglo XIV y de origen toscano.
En las épocas primitivas del códice, la iluminación de éstos era escasa y tampoco había muchos lugares fijados en ellos para el embellecimiento u ornamentación. Se da de forma casi exclusiva en los libros usados por la Iglesia: leccionarios, salterios, pontificales y, sobre todo, biblias y evangeliarios.
Las iníciales habían surgido ya en el rollo como procedimiento para marcar párrafos, bien con pequeñas entradas o sangrados, bien fuera del margen y de mayor tamaño. Las primeras decoraciones de iníciales se presentan con motivos zoomorfos, de plantas o signos abstractos y geométricos combinados con formas orgánicas. Estas letras van sufriendo transformaciones como, por ejemplo, la T mayúscula que, estilizando su astil, pasó a simbolizar una cruz, especialmente en los comienzos de textos religiosos con “Te igitur”. Así, se fueron transformando algunos de los elementos de la grafía de la letra, como sus astiles, o bien se abren para dar cabida a decoraciones o, incluso, la letra entera se convierte en figuras zoomorfas, hojas de acanto u otros elementos vegetales. La relación entre la forma y los motivos no siempre resulta clara y parece que, en algunos casos, lo que se busca precisamente es la ambigüedad, creando figuras que pueden calificarse de caleidoscópicas. Así, es frecuente encontrar animales y plantas que se transforman y adquieren una apariencia de movimiento y contorsión: un pez dibujado como inicio de una letra que acaba siendo un cuadrúpedo, una planta que constituye la base de una letra puede coronarse con la cabeza de un animal, o un animal terminar con una cabeza de persona.
Paralelamente a esto, otro tipo de iluminación característica de los códices, desde las primeras épocas y durante la Edad Media, son las llamadas páginas tapiz, consistentes en una decoración de una página completa al margen del texto o a un lado de las columnas del mismo. Son representativas también las miniaturas introducidas al comienzo de una de las columnas del texto, con las que se solían encabezar cada libro de la Biblia, o los retratos de los evangelistas con sus símbolos respectivos, al comienzo de cada Evangelio; al igual que sucedía con la decoración de cánones (correspondencias de textos bíblicos) escritos en columnas enmarcadas en espacios arquitectónicos. Estos tipos se desarrollarán ampliamente en las islas Británicas, donde se producen importantes centros de iluminación de manuscritos a partir de la implantación del Cristianismo en el siglo V d.C. En cambio, otros manuscritos sólo contienen los embellecimientos típicos de los colofones o finales del libro.
A partir del siglo IX, surgen nuevos monasterios y escriptorios en los que la iluminación de manuscritos se desarrolla considerablemente, a la par que se regulariza la escritura y se retorna a estilos clasicistas de representación de los evangelistas y a la organización mencionada de las tablas de cánones. Se imitan también letras de tipo epigráfico, del estilo de los monumentos romanos, para rúbricas, títulos de páginas e iníciales.
La costumbre de las páginas tapiz pasa por fases de auge y decadencia. Durante la época de Otón I su uso decae bastante en los monasterios continentales, aunque no desaparece, mientras que cobra importancia la ornamentación de evangelios con influjos griegos y bizantinos (elementos arquitectónicos, columnas, decoraciones geométricas, etc.), que tenían un estilo monumental y un tanto hierático, pero de gran riqueza de colorido.
Hacia la segunda mitad del siglo XI y en torno a la abadía de Cluny surge el denominado estilo románico. Proliferan en estos códices los motivos ornamentales y la iluminación de letras iniciales, muy historiadas y abiertas; en éstas, al principio, aparecían escenas relacionadas con el texto, pero fueron adquiriendo progresivamente mayor libertad, hasta el punto de alejarse considerablemente de él y presentar escenas de carácter profano. Los motivos zoomorfos reciben influjos del área alemana y celta y llegan a reemplazar a las letras. Se suelen utilizar páginas iníciales con la letra decorada en el centro y rodeada del texto. Hacia el siglo XII es frecuente ver también escenas narrativas de influjo bizantino (esquematizadas y poco realistas, a veces de carácter profano) como decoración de los textos.
Con la reforma cisterciense, la iluminación de manuscritos se hace más sobria y de menor colorido, reduciéndose elementos considerados superfluos y, sobre todo, de carácter paganizante; en cambio, se desarrolla una mayor perfección en la ejecución de las pinturas.
A partir de esta fecha, se tiende a una autonomía cada vez mayor entre los iluminadores de los diferentes centros escriptorios. Al igual que había ocurrido con el románico, también hay en la iluminación un período gótico caracterizado por las biblias que presentan estructuras arquitectónicas combinadas con figuras góticas en las columnas (el influjo bizantino se deja notar en la elasticidad e independencia de las figuras). Se crean miniaturas con representaciones cósmicas de finalidad didáctica.
A lo largo, pues, de toda la Edad Media, y en realidad desde el comienzo de los códices iluminados, los más frecuentes y fundamentales son los libros religiosos, bíblicos y litúrgicos, tanto para uso eclesiástico como personal (biblias, evangelarios, misales, antifonarios y salterios). Estos últimos fueron muy utilizados como devocionarios privados hasta que, en el siglo XIV, fueron prácticamente sustituidos por los llamados Libros de Horas, cuyo nombre se debe a que las oraciones que contenían se distribuían según las horas del día dedicadas especialmente a las mismas. Algunos de estos libros, muchas veces encargados por reyes, reinas y nobles, alcanzan un altísimo nivel artístico y de lujosa ornamentación. La producción de manuscritos de contenido pagano, que en los primeros siglos había sido muy escasa, comenzó a incrementarse progresivamente según fue desapareciendo el rollo como forma de libro y el papiro como soporte material. A finales del siglo XII y a lo largo del siglo XIII, se opera una cierta secularización de la cultura con el nacimiento de las Universidades y el paulatino crecimiento e importancia de los centros urbanos. Esta situación afecta igualmente a la historia del libro y de la iluminación de manuscritos, ya que la producción deja de estar exclusivamente en manos de los monasterios y comienzan a formarse grupos de profesionales laicos que compiten con los tradicionales escriptorios monásticos.
Aunque no se conocen exactamente las técnicas y funcionamiento de estos talleres laicos, se sabe que en ellos trabajaban varios profesionales a las órdenes de un jefe del escriptorio que encargaba a diferentes personas las distintas facetas de un códice o, en ocasiones, a cada escriba un cuaderno del códice. Con una mayor libertad y autonomía en la concepción de la miniatura, se llegan a crear auténticas joyas artísticas. Se desarrolla una concepción estética de la página en su totalidad, con márgenes de oro en muchos casos.”
Bueno, después de esta mas o menos larga introducción al tema les expongo algunas iniciales iluminadas que he encontrado en dos fuentes principales: en The Art Walters Museum encuentran una obra del siglo XVI de autor desconocido (por lo menos no se especifica), titulada Leaf from Alphabet Book con 22 iníciales iluminadas.
Veamos algunas de ellas, para ampliar pues están subidas a buen tamaño, piquen sobre ellas y una vez en el servidor escojan tamaño original.
La segunda fuente es Digital Scriptorium Database-Huntington Catalog Images. Donde a través de su buscador ENLACE indicando Inital o historiated initial encuentran muchas imágenes, aquí tienen una muestra.
011- Referencia: HM 1175- Fol 1-Inicial historiada con busto de David; medallón de Urías muerto en batalla.
012- Referencia: HM 25779- ff. 12v-13- Final del calendario de Diciembre, inicial historiada de la Virgen y el Niño.
013- Referencia: HM 25779- ff. 110v-111- Inicial historiada con una cruz para la apertura de la oficina de la Santa Cruz.
014- Referencia: EL 9 H 13- f 14- Recorte de una inicial historiada de la Natividad y anunciación de los pastores.
015- Referencia: EL 9 H 17- f. 129v-Tres clérigos cantando mientras que un cuarto se sale de la inicial y su parte inferior se transforma en las patas de un animal.
016- Referencia: HM 1132-ff. 168v-169-Inicial de la muerte de Cristo.
017- Referencia: HM 1132-ff. 199v-200-David penitente toca la citara.
Si quieren aprender más sobre este tema tienen un ensayo sobre Iniciales iluminadas- Letras capitulares, concepto, historia, evolución y uso tipográfico de Juan José Marcos que se pueden descargar de este enlace:
Y otro ensayo sobre Materiales y técnicas de la iluminación medieval de Stefanus Kroustallis ENLACE
Saludos.
Cerdooos. Me. Caca
ResponderEliminarEstá muy mal este comentario, es una página seria, te recomendaría que dejes de hablar así y de hacer el gamberro, o acabarás siendo un drogadicto...
EliminarCerdo
Eliminar*gmido*
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